PARIS (segunda parte)

domingo, 27 de enero de 2008


Retomaré la historia…. Salimos de Notre Damme,  rumbo a hacer una visita relámpago al Louvre
La lluvia nos concede treguas intermitentes, y deja paso a un sol limpito, con un azul casi insultante. Me paro en absolutamente todos y cada uno de los puestos de buhonería diseminados a la orilla del Sena, lo toco
 todo, lo quiero todo, todo es sorprendente. Pinturas, libros, dulces, pequeños París en miniatura…me miras y te ríes, pero no lo puedo evitar. Es mi manera de disfrutarlo.


Paseamos, y lo observamos todo, con muchos ojos. Un vértigo de calles inmensas, que no caben entre las manos, un estallido de imágenes que son postales, que necesitamos apresar con la urgencia del tiempo que se escapa; como si no hubiera más París que el de este instante. Apoyarnos sobre la barandilla y señalar cada edificio, cada majestuosa construcción, guía en mano, mientras el sol me da de frente. Tengo todos los defectos perfectamente iluminados, pero me dices que no importa, que ya los conoces bien, y que tienen otro nombre. 


Y, sin darnos cuenta, de frente, El Louvre. Merece más tiempo, mucho más, y lo sabemos. Pero le conferimos el que disponemos, y él nos recibe inmenso, galante, inabarcable. En el fondo creo que nos perdona.

Atestados los pies de apremio, corremos con ganas verigtinosas, y el resultado de la impaciencia es una foto antes de tiempo en la pirámide cristalina, con valla de fondo. Nos perdemos en visitas paralelas a los baños, y entre las hordas de turistas vociferantes te recrimino el abandono. De hecho, lo hago aún. Diré, (depurando culpabilidades) , que rompemos una botella que yace aún cerca de la Venus de Milo, nos despistamos plano en mano; pero sobre todo nos empapamos. De Arte por sus pabellones, hasta el tuétano.


Sin más rigor horario que el que marcan nuestros estómagos, la terraza del Café Terminus resulta ser el escenario perfecto para la práctica del observar; desentrañando el plano más cotidiano de la grandilocuente París. Viandas compartidas, que se visten de un interrogante dubitativo, se calzan con unos espaguettis; un “ya le quito el atún” y una ensalada. Y el bonachón camararero estudia el entusiasmo desbordante que traemos colgado en las narices, (congeladas) mientras cubre de besos a su hijo . Cada transeúnte es motivo de análisis estricto, de risas jocosas, de comentarios histriónicos, de las soplapolleces más estupendas…cuando ya son más de las 5 de la tarde en París.

Con el hurto de costumbre bien almacenado en el bolso, proseguimos nuestro trayecto. Pero el tiempo declina la firma del armisticio, e irreductiblemente, la caída del sol amenaza con darnos alcance. El inepto escritor de nuestra guía nos advierte con datos (que después se descubrieron plenamente incorrectos ), que apenas unos minutos nos separan del cierre absoluto del monumento parisino por excelencia. Pistoletazo de salida. Se marca a fuego, nuestra maxima:Vamos a llegar, como sea. Y en la consecuente carrera, la lluvia cae con frágil timidez, mientras suenan muy alto las gotas, en nuestra cabeza, sobre el paraguas berlinés.
Galopan los segundos del cuarto minuto cuando sin previo aviso aparece, a lo lejos. Un exhalante “Ya la veo”, un frenazo en seco. Tu mano aprieta la mía, y cuando me giro, veo en tus ojos atónitos, los míos estupefactos. La meta ya está iluminada, y desde la ampulosidad más absoluta, se susurra un “es preciosa”. Fijos los ojos en ella, corremos las últimas calles, y cada vez más cerca, más grande, más real.

Girar la esquina correcta, y estamos allí.  
La torre Eiffel . Como si todo fuera parte de un decorado. Como si fuéramos los actores de una película en exclusiva. Como si todo, absolutamente todo, girara en torno a nosotros. Como si nada, absolutamente nada, - más allá de este momento- pudiera existir.

Descubrir poco a poco sus verdaderas dimensiones, la sugerente belleza del emblema más reiterado. La dama de hierro. La joya de la corona. Y en este instante, es nuestra, solo nuestra.

Sin demoras, da comienzo el periplo de acciones netamente turísticas: Sortear las multitudes borreguiles, pedir fotos a cualquiera que también busque el mejor ángulo que llevarse en la memoria digital, hacer lo propio con todo el que te lo pide…contemplar una y otra vez los hierros engarzados con maestría… acciones “estándart” que personalizamos con las anécdotas más esperpénticas. Una mujer guardaespaldas sin sueldo demostrable, un chapurreo idiomático que no abarata la entrada, una niña insolente que rivaliza conmigo por el cariño de mi compañero…

Tras la claustrofobia inusitada de sus ascensores, la Eiffel nos regala su cúspide para tocar el cielo, desde los metros que la separan del suelo, y desde la metáfora más palpable.

Me crecen las torpezas, al intentar describir esos instantes. No puedo hacer malabarismos con las palabras para explicar esa noche. Sé que fue el momento preciso para convertir lo efímero en duradero, sé que perdí la noción del tiempo. Sé de las palabras aterciopeladas que desde su boca estremecieron mis tímpanos, engatusándolos sin remedio. Sé, desde esa noche, de la existencia de la magia. Sé del frío gélido de mi nariz, de la calidez de tu aliento en mi cuello. Sé también del parentesis temporal, al rodearme de tus brazos. Sé de las constelaciones de palabras emotivas.
Y lo sé porque lo viví, porque hay cosas que se saben sin llegar a explicitarse, aún sin comunicarlas, ni pregonarlas a gritos o murmurarlas a tu oído. Hay suspiros más elocuentes que la acumulación de palabras.
De modo, que reafirmo mi incapacidad para describir lo acontecido esa noche. Tú lo entenderás, solo tú.


Café y bollitos contra el frío, y un descenso dulce, una despedida con fotografías robadas, y una más devuelta en buena fe a la pareja instalada en el despiste. El sol está apagado desde hace horas, pero la Plaza Charles de Gaulle desprende una luminosidad espectacular. Pareciera que las 12 avenidas que desembocan en el Arco del Triunfo quisieran rendile pleitesía, y nos sumamos a ella.

Expongo mi correosa teoría de la rebelión de la tecnología, mientras luchamos con las baterías de todos los objetos "capturamomentos" que portamos. La fugacidad de la electrónica, el terror a la pérdida por inofensivos clicks…mis desvaríos provocan tu burla inocente, y murmuras un “
Tranquila, no te preocupes” que tardaré 6 meses en entender.

Descender por la ostentación de los 
Campos Elíseos, entre humo, besos y risas, sonreír perpetuamente por el mero placer de estar allí contigo. Búsquedas que desembocan en decepciones, confesiones que se embotan ya en mi memoria...y, al final, se divisa la plaza de la Concordia, y el hurto del obelisco egipcio en el mismo centro. Aquí emprendemos el regreso, en un trayecto en el que las piernas caminan inertes, pero impertérritas las sonrisas.


El sol se cuela en mi ojo derecho.
Morfeo nos atrapó en la noche sin aviso ni plazos negociables, pero nos deja en pago por el despiste el tiempo suficiente para un parisino desayuno. Tras la cristalera, la avenida de Richar Lenoir nos muestra un domingo en París lluvioso, en tonos cetrinos, casi idílico. Pero no se perpetra el engaño: “
Pan au chocolat” son napolitas de chocolate, ponga lo que ponga en la carta.

El “vamos con tiempo” son confusiones en el tren, son carreras a Orly. Pero, sobre todo, es un negro gigantesco que vocifera en francés que todos fuera. Tren roto, en cualquier idioma. Adiós a nuestro vuelo, estamos en tierra.

Y empiezan aquí los momentos agobiantes, de ceños fruncidos, planes que se tuercen, llamadas desesperadas, bochorno y desencanto. No quiero definirlo mejor, lo llamaré náuseas y miedo, frustración absoluta.

Pero, nos sostenemos y prometemos salir de esta. Tejemos una madeja de esperanza, que, al final, acaba en el aeropuerto Charles de Gaulle, llorando de alegría. Lo conseguimos, con ayudas inestimables entonces, y una larga lista de percances sucesivamente encadenados.

Volvimos, del mejor viaje que podía imaginar. Con todo lo manido que pueda sonar esto.

Atravesamos de la mano, al fin y al cabo, las calles de una ciudad que se nos instaló dentro. Más allá del axioma de “
París es la ciudad del amor”, mucho más allá. Descubrir la ciudad que lleva dentro, la que se mezcla con los adoquines y las fachadas. La que se disuelve y emana de las aguas de su río, la que surge de pronto entre la neblina. La ciudad desconocida para las pautas que marcan las páginas de cualquier guía, que no se sustenta en el suelo agrietado de Paris, sino que salta desde dentro de los que se pierden entre sus calles. Que se diseña en un café mientras anochece en la Torre Eiffel, o mientras compartimos un perrito en la Plaza de la Concordia.

Una ciudad que, da la vuelta a la postal, para ponerla bocabajo y mostrar un París que no es de nadie más que tuyo y mío durante esos días, y aún después.

Y que no cabe en ningún renglón, en ninguna palabra. Mucho menos en estas. 

Ahora solo me queda soñar que volvemos, con los párpados apretados. 

Gracias pequeño, te amo.

PARIS (primera parte)

Hace ya casi un año, me lanzaron un reto. Que narrase la segunda parte de un viaje a París, de nuestro viaje a París.

Ángel publicó entonces, la primera parte del relato, en su fotolog. Me emplazó a completarlo, y se convirtió en una de mis grandes tareas pendientes.

Ahora, cuando se va a cumplir el primer aniversario de aquellos días, cumplo con mi palabra. Podría poner un link a la primera parte, la escrita por él, pero prefiero colgarlo aquí para que sea, lo que debe ser, lo que fue. Una unidad.

Una historia, narrada a cuatro manos, vivida en una ciudad, por dos personas, que fueron solo una. 


Viernes.9 de febrero del 2007.15:15pm.




Nos encontramos en la T1 del aeropuerto de barajas. Facturamos nuestro equipaje. Aun falta una hora para el despegue. Los nervios nos comen por dentro y decidimos pasar el rato haciendo chistes sobre el cegador uniforme naranja fosforito de un empleado de la terminal (ya ves tú, que kulpa tiene el chaval, aunque también dedicamos algún comentario a su pelo, muy de moda en el barrio de salamanka).

Nos animamos a pisar zona libre de impuestos, compramos (mucho) tabaco y nos desplegamos para peinar la zona en busca de un smoking poínt. Lokalizado ya nuestro cuartel general, ojeamos y ojeamos las guías de parís, aunque eso solo alimenta el ansia por llegar.llega el momento de embarkar y la compañía no digna de mencionar no olvida clasificarnos por grupos. A, B, C y D (les daba vergüenza decir rikos y pobres).

Sentados ya en el avión (momento de la foto),nos disponemos a despegar,no sin antes del típiko numerito de los azafatos markado por la risas, voces y tonteos de los mencionados. el viaje fue placentero, trankilo y de poko movimiento, que amenicé con una bolsa de ampelmanns que mi inseparable compañera me trajo de Berlín.

Aterrizamos sin consecuencias mayores y...“POR FIN EN PARÍS!!”es nuestra primera exclamación. Me resulta emocionante, no el hecho de estar en la capital francesa,si no el estar en la capital francesa, con kien estaba. Tardamos no mucho en descubrir el tren que nos lleva a la estación de metro de Anthony, que a posteriori nos conduciría a Garu du Nord.,para más tarde terminar en Richar Lenoir. 

En el trayecto conocemos a unas sevillanas menopaúsicas y asistimos atónitos al salvajismo de las puertas automátikas de los trenes franceses al intentar pulverizar a dos hombres de violento golpe.al salir de las profundidades de la tierra,nos percatamos de la fina lluvia con la que a decidido recibirnos la tierra de Napoleón Bonaparte. Pero eso no es un problema, ya que mi previsora compañera viene armada de un práctiko paragüas. 

Con menos dificultades de las previstas encontramos el hostal. Éste,no es el palacio de Buckingham,pero está limpio(a mí me gustó).entre tontuna y tontuna nos liamos un poko,y cuando keremos darnos cuenta,se nos ha hecho un poco tarde.tomamos la decisión de salir a cenar.me enkantaría decir que encontramos un sitio para ello,pero más bien nos encontró él a nosotros,porque es uno de los camareros el que nos rapta en nuestro kaminar. El secuestrador, tiene una extraña adicción a besar a mi compañera y en mantener conversaciones conmigo formando frases únika y exclusivamente con nombres de futbolistas. Al menos la ensalada está buena.

La idea es acostarnos pronto para madrugar y auto obedecemos.
El día comienza a las 08:00am,y nos obsequia una lluvia ridícula a corto plazo,aunque no importa,mi compañera alegraría cualkier día apokalíptiko. Desayunamos en un bar cercano lo de siempre (un café con leche y otro solo con sacarina) más un croissant. En dicho bar, me llama la atención un perro precioso,que cuando se acerca a mí, introduce un olor (hedor) insecticida en mis pulmones, tan pestilente, que me dan ganas de abandonarlo en la gasolinera más cercana (es broma, la kulpa era de su dueño). 

Nuestro primer objetivo es el Cimetière du Père Lachaise, donde “descansan” los restos mortales de personajes tales como: Oskar Wilde, Molière, Sarah Bernhardt, Frederic Chopin, Jim Morrison... La magnitud del cementerio es grandiosa y no tardamos en perdernos. La desesperación empieza a convivir con nosotros hasta que, cual ángel alado, aparece una vigorosa figura de entre las lápidas...Bueno vale, es un vagabundo mellado, calvo y de dudosas intenciones, pero el amigo, se conoce el cementerio con si fuese su kasa (kizá es su kasa). Lo importante, es que por un par de euros nos muestra las tumbas por las que más interés mostramos (que gran decepción Jim Morrison). 

Salimos de ese cementerio vip con dirección a la Place de la Bastille (símbolo de inicio de la revolución francesa), antes compramos algo de comer, ya he perdido la noción del tiempo. Vista la Bastilla nos dirigimos a la gran Notre Dame. El camino lo marka el Senna, me enkanta!!. Ya dentro de la gran obra maestra de la arkitectura gótika francesa, dejamos constancia de nuestro ateísmo en el libro de firmas. La siguiente parada es el Louvre, no sin antes un café...


Hasta akí un día y medio. El resto de la historia (te he dejado la parte drámatika que se te gusta,jajajaja) se podrá leer en baby_lalai.


Original en: 

 http://www.fotolog.com/belteroth/21593655

Ficciones dialogadas: dos mujeres en un tren

jueves, 24 de enero de 2008



53 años, ama de casa antisistema y antiborreguismo. 26 años, bohemia viajera, antiestabilidad y antietiquetas. No se dijeron los nombres. En un vagón de literas no hacen falta decirse los nombres. 


- ¿Qué números son estos? - pregunta la más joven. 

- Los treinta y tantos 

- Pues aquí me toca. ¿La de arriba?. No puedo ir arriba, creo que un vértigo psicológico. Me cojo la de abajo, ¿le importa?

- Me importa más que me llames de usted, ¿cómo es eso de psicológico?

- Pues que antes no me pasaba, lo de las alturas, pero de un tiempo a esta parte, volar me pone nerviosa. Me tomo pastillas para no darme cuenta, con lo que a mí me gusta viajar, es un pecado.

- Qué raro, ¿por qué sera?

- Eso quisiera yo saber. Supongo que siempre necesitamos tener algo que nos dé miedo, no vaya a ser que no tengamos algo de qué preocuparnos, no lo sé. Pero vamos, que yo ahí arriba, ni de coña, estaría toda la noche despierta y necesito dormir.

- ¿De dónde vienes?

- De Italia.

- ¿De qué ciudad?

- De Roma.

El ama de casa, se queda mirándola. Sonríe.

- ¿Y es bonito aquello? - pregunta.

Y eso descolocó a su interlocutora. Lo normal es que pregunten qué hacías  allí, o algo por el estilo, pero no si es bonito así, sin necesidad de saber otra cosa, tan sólo si es bonito. 

- Sí, es muy bonito, lo es, lo es tanto...

- Ahhh.- Sigue mirándola.

- ¿Qué hacías en Italia?

- Viajar, en teoría - Y añade -  pero se ha muerto mi abuela.

- ¿Cuántos años tenía?

- Ochenta y ocho - dice - pero se ha muerto pidiendo danones, en su línea. Una tía cojonuda, mi abuela.

- Entonces fenomenal, pasados los ochenta, a mí ya no me dan pena. Los geriátricos son un negocio. Hoy ya los viejos no viven porque quiera Dios, sino porque quieren los médicos. Todos con sus oxígenos, su sangre de otros... Es un negocio. La calidad de vida no tiene nada que ver con eso, pero no se dan cuenta. Tú alégrate hija, alégrate, que mi madre tuvo alzheimer y se comía la comida de los gatos, el jabón y lo que pillara a mano. Diecisiete años así. Ni vivió ella ni viví yo, y cuando se murió, la gente me daba el pésame y yo no entendía absolutamente nada. Estaba feliz por mi madre y por mí. Pero hay gente muy cuadriculada. Les han enseñado a que una muerte es algo triste y no se paran a pensar, no se paran a reflexionar en qué cosas son tristes, sólo saben que la muerte es siempre algo horrible y por lo tanto, ponen cara de tristeza. Porque toca. Y yo los veía con aquellas caras de circunstancias y pensaba: todos gilipollas. Y les dije bien claro: ni pésames ni hostias.

- Bien hecho. Eres joven, estás viva.


Siguen hablando. Cuenta la historia de sus dos hijos, que a su parecer, son lo más cuadriculado que hay. Que trabajan siempre, que son esclavos de la sociedad, que sólo se preocupan de tener un coche, que no son felices, que no pueden serlo, que querría que lo mandaran todo a la mierda, como su vecino, que con sesenta años se ha comprado un cacho de playa en Brasil; una casa y una barca; y allí vive, feliz el tío. Que sigue viniendo al dentista de toda la vida en España,  y que dice el dentista que ha rejuvenecido veinte años, que viene moreno, negro del sol, que su mujer no se quiso ir con él, porque allí con un bolso de mil euros no te hacen ni puto caso. Que sus hijos tienen miedo de viajar, que están atrapados, atrapados, que no ven más allá de lo que tienen. Que ojalá le hubiera salido una como su interlocutora. Y añade, como recomendación, que alguien como ella nunca debería tener hijos. La joven contesta que tener un hijo debe ser un sentimiento maravilloso.

- El mismo que tener un perro- dice, sentencial.

- ¿¿Cómo??, ¡Pero un perro a mí no me puede hablar! ¡Y nunca me podré tomar un café con él!

- ¿Has tenido algún perro?

- Unas vacaciones me regalaron uno metido en una caja de cartón. Estaba en el pueblo de mi abuela.Y lo tuve un mes, negrito, y luego me fui a mi casa sin él, se lo quedó mi abuela, y se lo regaló a alguien después. Lo llamé Nuca

- Bueno, pero eso no es tener un perro... El amor, te hablo del amor, del sentimiento. Se parece mucho al de tener un hijo. Sientes que es parte de ti, que te necesita. Así que deja de decir chorradas y cómprate uno y matas el gusanillo. Yo nunca he salido de España, porque antes de irme, le daría el dinero a mis hijos, que les viene el seguro del coche ahora, que... En fin, que con hijos no se puede vivir igual. Yo no quería tenerlo, al último, al de mi segundo marido, casi lo dejamos mi marido y yo, porque él si quería y yo no. Pero ya era tarde, era peligroso. Y me siento culpable de haberlo puesto en este mundo de mierda, tanta televisión, tantas preocupaciones, me siento responsable de haberlo puesto en el mundo, en este mundo perdido ya.

- Perdido ya... ¡Tiene cosas muy buenas!

- Eso lo dices tú, que las estás viendo - Se ríe - Ellos no están viendo ese mundo que estás viendo tú, el de no trabajar, el de disfrutar del tiempo, el de ver otras culturas, el de saber que lo más importante es disfrutar, vivir intensamente. Eso es la vida, vivir, no estar pringado en un trabajo, no estar temiendo que te echen, vivir no es lo que ellos están haciendo. Y no se dan cuenta. Si les digo que se vayan por ahí, me llaman loca. Están tan ciegos que no se dan cuenta de nada, de que siempre están enfadados por algo. Vivir no es eso, vivir es sentir que estás viviendo, y reflexionar, y aprender por qué hacemos lo que hacemos, por qué fallamos, que reflexionar es vital, coño. Ellos no reflexionan sobre nada, van con el rebañito, venga, todos juntos. Y sin reflexión no hay aprendizaje. Llaman loco a todo aquel que haga algo diferente. A mí me llaman loca, y eso que no hago nada, sólo pensar.

- Sí que lo es, sí, eso es vivir, disfrutar y pensar. Pero yo no quiero ser como soy, yo quiero ser una persona estable. Y no lo soy. Acabo de llegar y le he dicho a una amiga mía que sí, a lo de irme a China, y le he dicho a otra que sí, a lo de irme a Tahilandia. Y también quiero al mismo tiempo irme a vivir a Mojácar y a trabajar de gogó en Italia y a ganarme una pasta en Menorca mientras me pongo morena. Y siempre, cuando me vienen estas ideas, me convenzo, me excito, pongo la mano en el fuego de que lo haré. Y luego vas cayendo, vas cayendo al mundo. Todo eso lo decido en un día. Luego me vendrán más ideas, nunca la de buscar un trabajo "digno", y todo el rato debo estudiar estas ofertas que me hago. Es agotador. Ser como soy es muy cansado, siempre por el filo, siempre sin un puto duro, sin nada, siempre pensando que todo se puede, y cuando miras las cuentas del banco y no hay nada... Luego encima el tema de los trabajos, rellenando huecos en los currículums, mintiendo, claro, porque tienen que tener tu vida organizada, tanto... Tienen que saber que siempre has estado trabajando, dedicada a lo tuyo. ¿Y sabes? El problema es que yo no siento que deba avanzar en esa dirección, el problema es que yo soy de una manera que va contra mí, cero estabilidad, cero euros, cero palmaditas en la espalda. Yo no puedo tener una puta conversación normal, de esas en las que no me pregunten ¿y eso? ¿pero por qué? ¿pero para qué?, en las que no me cuelguen la etiqueta de hippie, que siempre queda bien. Me dicen que tengo un par de cojones y yo nunca entiendo por qué, te juro que no lo entiendo, porque los que tienen cojones para mí son los otros, porque hay que tener un par de cojones para decir: "la vida que a mí me gustaría es X", pero qué le vamos a hacer. Eso manda cojones.

- Mira, lo de caminar por el filo, ¿quién no camina por el filo?. Mi hijo y su hipoteca... ay, Dios, ése sí que camina por el filo, y cuando se muera, ¿qué?. Tendrá una casa pagada. Tú tienes una vida vivida. Ay, cuando seas más mayor, vas a ser muy grande tú...

- Yo no quiero ser como soy, me da mucho trabajo. Ojalá pudiera tener la mente en blanco un día, un sólo día.

- No podrás evitar ser así. Tienes que ser así.

- ¿Sabes? Me he dado cuenta de que es una responsabilidad muy grande pensarlo todo por mí misma, pensar qué quiero hacer, a dónde quiero ir, pensar con quién quiero estar, con quién no, qué me gusta, qué no, saber por qué... Eso antes no lo hacía, cuando curraba. Ahí me conformaba con saber que no estaba haciendo lo que me hacía feliz, y me sentía bien sabiendo que sabía que no estaba haciendo lo que quería. Con eso me sentía yo lista, una lista amargada. Pero ahora, que hemos pasado a la acción, se siente la soledad, una muy rara, la de ser responsable de todo lo que hago, antes le echaba la culpa al curro, a la rutina, a todo... Ahora no puedo hacer eso, ya no.

- Déjate de chorradas. Tú sigue así, joder. A mi hijo le gusta la montaña, es lo que más le gusta, pero se la deja para los fines de semana, cuando su mujer tiene ganas. Vive en la ciudad. Han tenido un hijo. Joder, el puto patrón. Yo le digo a mi marido que nos vayamos a Marruecos y vivamos como reyes, vendemos la casa, probamos, otra cultura, ya tenemos la vida resuelta, cambiamos de aires. Me llama loca. Todo el mundo tiene miedo de probar, de cambiar, de sentir.

- Eres la hostia, la hostia, joder. ¿Usas internet tú?

- Qué va, no, pero quiero aprender.

- Aprende, aprende, que podrás ver muchos lugares, aunque sea desde tu silla. Y comprarte vuelos baratos para ver a tu hijo, porque venir en tren es un coñazo y es más caro... No sabes qué alegría me da encontrarme con gente como tú.

Y  le apunta varias direcciones en un papel. Una para ir a Nápoles, le interesa Pompeya. Pregunta  cómo son los mayas, cuál es el sitio que más le ha gustado... es como una niña que quiere saber. La más joven se siente mal porque  no debería decirle a una mujer como ella cuál es el sitio más bonito, tendría que ser al revés. La mujer mayor, dice sin apenas rigor que la mitad de la población toma ansiolíticos y antidepresivos, que eso no existe en los países subdesarrollados, "así que fíjate, el desarrollo". "De aquí a unos años, esta sociedad será enfermiza, y este puto mundo, un lugar de mierda"


Respuestas trasnochadas

miércoles, 23 de enero de 2008

"Oye, y ¿Por qué escribes?"

Pregunta recurrente que a lo largo de mi vida me han planteado, tanto más, con la reciente inauguración de este lugar. Y, sin pensarlo mucho, advierto que nunca, nunca, he verbalizado una contestación sincera, sin parcialidades. Ya ves. Sí, en ocasiones una salida sarcástica, un chiste mal construido, o un socorrido ¿por qué no? Pero nunca nada solemne y meditado.

Escribo, porque lo necesito. Y con eso podría resumir toda la argumentación tediosa que me dispongo a dejar salir. Pero en realidad, mana mucho mas de ello.

Escribo porque, mientras lo hago, me siento bien. Porque desde que puedo recordar, esa es mi manera de reflexionar, es como me siento realmente en mi sitio. Porque encajar en palabras, las ideas que me pían al oído, es la única manera de cimentar mis pensamientos. 

Escribo porque absolutamente nada tiene ningún sentido y sin embargo mientras escribo absolutamente todo parece tener un sentido absoluto. Escribo porque, sin hacerlo me falta la substancia, la materia, o ambas. Escribo para entender cosas que sé que no hay manera humana de entender, con la esperanza de que ese esfuerzo fracasado por entenderlas sea ya una forma de entenderlas.

Escribo, para poder pensar, que dijo algún día algún ilustre con nombre y apellidos, y yo suscribo con los míos. Escribo sin sentido, escribo a veces de forma automática, compulsiva e incomprensible.. Escribo porque desde que leí a García Márquez, todo lo que he escrito no ha sido más que un intento vulgar de plagiarle. Escribo porque la primera vez que escribí una historia total, mi madre me preguntó “¿ y no tienes más?” , y aún escribo por complacerle en ese apetito, aunque jamás lea esto, aunque jamás lo sepa.

Escribo para encontrar poesía en lo cotidiano, y sacar las prosas de mis fantasías. Para borrarle las dos letras al imposible. Escribo para cerrar heridas, y para ahondar en ellas. 

Y lo cuelgo aquí, para que lo lean los míos, para que critiquen las parrafadas y desvaríos, para que disientan con mas o menos garbo. Para que me entiendan un poco más, para que me escuchen en lo escrito,  y para que dejen de entenderme a ratos. Porque es cierto que, poderosamente, escribimos para que nos lean, que dijo alguien con un apellido con rima.

También escribo a veces, con la poética esperanza de que alguien peculiar llegue, sin saber como, hasta aquí. Gente sobre la que novelar, y trazar con un lápiz de carboncillo.

Para exégetas que viven de dar cuerda a los relojes. Expertos en amañar profecías. Corredores de apuestas que asesinan caballos para extraerles la esencia del galope y venderla en dosis miserables, a precio de turquesas, a su círculo de clientes y amistades. O los que fuman en una pipa torneada como un tulipán, recostados en almohadones esparcidos sobre un kilim, y beben té azucarado para que no les baje la tensión. O los que visitan la bitácora unos segundos, desde un ordenador ignoto, con taciturna fidelidad.

Pero yo rezo por embaucar a algún ingenuo. Alguien sin defensas ante las palabras, sin fintas aprendidas en los comentarios de texto, sin la sórdida astucia de haber acabado el Ulises, sin que espere con ansiedad de fin de semana el tiro de gracia en el lavabo de costumbre. Alguien que no me comprenda y, sin embargo, no se empeñe en acuchillar significados. Que deje hacer a las palabras. Son lentas, y se disuelven en la vida con la efervescencia de un sobre para el catarro.

Bendito sea ese lector que pensé que nunca tendría, conocido o desconocido. Para él escribo. Para el que no enarca las cejas, pero sí arruga la frente unos instantes, antes de abrir la mano y liberar la duda, la duda o lo que sea, pero con vida. Cazador de moscas con buen corazón. Para el que humedecería con saliva su pulgar antes de pasar la página si no estuviera ante un teclado. Para el que no se hace ilusiones. Y tampoco sospecha por sistema. Para el que, sencillamente, degusta, sin esforzarse en atar cabos sueltos o tender puentes entre mi confusión y su perplejidad; mis sermones y su risita condescendiente.

 

Escribo por todas estas cosas y por muchísimas más. En realidad, escribo por casi todo, porque cualquier excusa es buena para escribir.


Escribo porque sí, y también porque no.

 

A ver

martes, 22 de enero de 2008


Pues eso, que ya estoy en la blogocosa, el blogomundo, la blogoleches. Y va el miedo escénico y me dice que ha llegado. Que nada de escribir un primer post del tirón. Que me lo piense. Que si no sabía escribir algo mínimamente decente, mejor me hubiera quedado en el fotolog, colgando fotos y escribiendo cuatro palabritas intrascendentes, como pie de foto.


Asique me lo pienso y me lo repienso. Y me digo a mi misma que a ver si va a resultar una tremenda cagada prepotente creerme que puedo escribir un blog, yo. Que a ver si lo voy a tener dos meses, y me voy a aburrir. Que a ver si me he dejado seducir por una cibermoda, y por la actividad creativa desarrollada en esa época de exámenes que acabo de atravesar.

 

Y mientras, me apremio a mi misma, y me digo “ A ver Bárbara, que es solo un post, aunque sea el primero”. Y digo, pues, a ver, vamos a escribir. A ver, vamos a decir, para empezar a decir, que bienvenido todo aquél que caiga por aquí. Y lo releo y hablo (sola) en alto: “a ver hija, suelta otro tópico que ese es casi delito”. Que a ver porqué no he seguido el manual del buen blogero, y he dedicado unas palabras a detallar porqué he decidido volcar mis cuitas en el mundo virtual. Con lo sencillito que es acomodarse a las convenciones.

 

Y aquí estoy, como las bobas, haciédome cafelitos y pensando: a ver. Y después de pensar: a ver, pienso: a ver.

 

Y entre a ver y a ver, se me está acabando el tabaco. Y a ver quien puede escribir así; que esta es la única premisa que tengo clara para comenzar la construcción: no escribiré nada sin tabaco ni café. Porque para algo invertí 6 minutos en elegir un título para mi blogositio.

Asique, a ver, que me voy a ir retirando. Porque ya dijo Confucio que los vicios vienen como pasajeros,  nos visitan como huéspedes y se quedan como amos. Y yo le digo que si, que mis amos me están mandando al estado REM sin contemplaciones.


A ver, que al final ya he cuadrado unas cuantas palabras para comenzar, con el primer pasito. Que me voy a conjeturar a mi cama vacía, a calentarme los pies, y a intentar adaptarme a los horarios socialmente aceptados. 

Y sin releer nada, porque a ver si lo voy a borrar todo, que hasta para un primer post, esto es terrible. 

Que.... a ver, a ver, a ver...