Ficciones dialogadas: dos mujeres en un tren

jueves, 24 de enero de 2008



53 años, ama de casa antisistema y antiborreguismo. 26 años, bohemia viajera, antiestabilidad y antietiquetas. No se dijeron los nombres. En un vagón de literas no hacen falta decirse los nombres. 


- ¿Qué números son estos? - pregunta la más joven. 

- Los treinta y tantos 

- Pues aquí me toca. ¿La de arriba?. No puedo ir arriba, creo que un vértigo psicológico. Me cojo la de abajo, ¿le importa?

- Me importa más que me llames de usted, ¿cómo es eso de psicológico?

- Pues que antes no me pasaba, lo de las alturas, pero de un tiempo a esta parte, volar me pone nerviosa. Me tomo pastillas para no darme cuenta, con lo que a mí me gusta viajar, es un pecado.

- Qué raro, ¿por qué sera?

- Eso quisiera yo saber. Supongo que siempre necesitamos tener algo que nos dé miedo, no vaya a ser que no tengamos algo de qué preocuparnos, no lo sé. Pero vamos, que yo ahí arriba, ni de coña, estaría toda la noche despierta y necesito dormir.

- ¿De dónde vienes?

- De Italia.

- ¿De qué ciudad?

- De Roma.

El ama de casa, se queda mirándola. Sonríe.

- ¿Y es bonito aquello? - pregunta.

Y eso descolocó a su interlocutora. Lo normal es que pregunten qué hacías  allí, o algo por el estilo, pero no si es bonito así, sin necesidad de saber otra cosa, tan sólo si es bonito. 

- Sí, es muy bonito, lo es, lo es tanto...

- Ahhh.- Sigue mirándola.

- ¿Qué hacías en Italia?

- Viajar, en teoría - Y añade -  pero se ha muerto mi abuela.

- ¿Cuántos años tenía?

- Ochenta y ocho - dice - pero se ha muerto pidiendo danones, en su línea. Una tía cojonuda, mi abuela.

- Entonces fenomenal, pasados los ochenta, a mí ya no me dan pena. Los geriátricos son un negocio. Hoy ya los viejos no viven porque quiera Dios, sino porque quieren los médicos. Todos con sus oxígenos, su sangre de otros... Es un negocio. La calidad de vida no tiene nada que ver con eso, pero no se dan cuenta. Tú alégrate hija, alégrate, que mi madre tuvo alzheimer y se comía la comida de los gatos, el jabón y lo que pillara a mano. Diecisiete años así. Ni vivió ella ni viví yo, y cuando se murió, la gente me daba el pésame y yo no entendía absolutamente nada. Estaba feliz por mi madre y por mí. Pero hay gente muy cuadriculada. Les han enseñado a que una muerte es algo triste y no se paran a pensar, no se paran a reflexionar en qué cosas son tristes, sólo saben que la muerte es siempre algo horrible y por lo tanto, ponen cara de tristeza. Porque toca. Y yo los veía con aquellas caras de circunstancias y pensaba: todos gilipollas. Y les dije bien claro: ni pésames ni hostias.

- Bien hecho. Eres joven, estás viva.


Siguen hablando. Cuenta la historia de sus dos hijos, que a su parecer, son lo más cuadriculado que hay. Que trabajan siempre, que son esclavos de la sociedad, que sólo se preocupan de tener un coche, que no son felices, que no pueden serlo, que querría que lo mandaran todo a la mierda, como su vecino, que con sesenta años se ha comprado un cacho de playa en Brasil; una casa y una barca; y allí vive, feliz el tío. Que sigue viniendo al dentista de toda la vida en España,  y que dice el dentista que ha rejuvenecido veinte años, que viene moreno, negro del sol, que su mujer no se quiso ir con él, porque allí con un bolso de mil euros no te hacen ni puto caso. Que sus hijos tienen miedo de viajar, que están atrapados, atrapados, que no ven más allá de lo que tienen. Que ojalá le hubiera salido una como su interlocutora. Y añade, como recomendación, que alguien como ella nunca debería tener hijos. La joven contesta que tener un hijo debe ser un sentimiento maravilloso.

- El mismo que tener un perro- dice, sentencial.

- ¿¿Cómo??, ¡Pero un perro a mí no me puede hablar! ¡Y nunca me podré tomar un café con él!

- ¿Has tenido algún perro?

- Unas vacaciones me regalaron uno metido en una caja de cartón. Estaba en el pueblo de mi abuela.Y lo tuve un mes, negrito, y luego me fui a mi casa sin él, se lo quedó mi abuela, y se lo regaló a alguien después. Lo llamé Nuca

- Bueno, pero eso no es tener un perro... El amor, te hablo del amor, del sentimiento. Se parece mucho al de tener un hijo. Sientes que es parte de ti, que te necesita. Así que deja de decir chorradas y cómprate uno y matas el gusanillo. Yo nunca he salido de España, porque antes de irme, le daría el dinero a mis hijos, que les viene el seguro del coche ahora, que... En fin, que con hijos no se puede vivir igual. Yo no quería tenerlo, al último, al de mi segundo marido, casi lo dejamos mi marido y yo, porque él si quería y yo no. Pero ya era tarde, era peligroso. Y me siento culpable de haberlo puesto en este mundo de mierda, tanta televisión, tantas preocupaciones, me siento responsable de haberlo puesto en el mundo, en este mundo perdido ya.

- Perdido ya... ¡Tiene cosas muy buenas!

- Eso lo dices tú, que las estás viendo - Se ríe - Ellos no están viendo ese mundo que estás viendo tú, el de no trabajar, el de disfrutar del tiempo, el de ver otras culturas, el de saber que lo más importante es disfrutar, vivir intensamente. Eso es la vida, vivir, no estar pringado en un trabajo, no estar temiendo que te echen, vivir no es lo que ellos están haciendo. Y no se dan cuenta. Si les digo que se vayan por ahí, me llaman loca. Están tan ciegos que no se dan cuenta de nada, de que siempre están enfadados por algo. Vivir no es eso, vivir es sentir que estás viviendo, y reflexionar, y aprender por qué hacemos lo que hacemos, por qué fallamos, que reflexionar es vital, coño. Ellos no reflexionan sobre nada, van con el rebañito, venga, todos juntos. Y sin reflexión no hay aprendizaje. Llaman loco a todo aquel que haga algo diferente. A mí me llaman loca, y eso que no hago nada, sólo pensar.

- Sí que lo es, sí, eso es vivir, disfrutar y pensar. Pero yo no quiero ser como soy, yo quiero ser una persona estable. Y no lo soy. Acabo de llegar y le he dicho a una amiga mía que sí, a lo de irme a China, y le he dicho a otra que sí, a lo de irme a Tahilandia. Y también quiero al mismo tiempo irme a vivir a Mojácar y a trabajar de gogó en Italia y a ganarme una pasta en Menorca mientras me pongo morena. Y siempre, cuando me vienen estas ideas, me convenzo, me excito, pongo la mano en el fuego de que lo haré. Y luego vas cayendo, vas cayendo al mundo. Todo eso lo decido en un día. Luego me vendrán más ideas, nunca la de buscar un trabajo "digno", y todo el rato debo estudiar estas ofertas que me hago. Es agotador. Ser como soy es muy cansado, siempre por el filo, siempre sin un puto duro, sin nada, siempre pensando que todo se puede, y cuando miras las cuentas del banco y no hay nada... Luego encima el tema de los trabajos, rellenando huecos en los currículums, mintiendo, claro, porque tienen que tener tu vida organizada, tanto... Tienen que saber que siempre has estado trabajando, dedicada a lo tuyo. ¿Y sabes? El problema es que yo no siento que deba avanzar en esa dirección, el problema es que yo soy de una manera que va contra mí, cero estabilidad, cero euros, cero palmaditas en la espalda. Yo no puedo tener una puta conversación normal, de esas en las que no me pregunten ¿y eso? ¿pero por qué? ¿pero para qué?, en las que no me cuelguen la etiqueta de hippie, que siempre queda bien. Me dicen que tengo un par de cojones y yo nunca entiendo por qué, te juro que no lo entiendo, porque los que tienen cojones para mí son los otros, porque hay que tener un par de cojones para decir: "la vida que a mí me gustaría es X", pero qué le vamos a hacer. Eso manda cojones.

- Mira, lo de caminar por el filo, ¿quién no camina por el filo?. Mi hijo y su hipoteca... ay, Dios, ése sí que camina por el filo, y cuando se muera, ¿qué?. Tendrá una casa pagada. Tú tienes una vida vivida. Ay, cuando seas más mayor, vas a ser muy grande tú...

- Yo no quiero ser como soy, me da mucho trabajo. Ojalá pudiera tener la mente en blanco un día, un sólo día.

- No podrás evitar ser así. Tienes que ser así.

- ¿Sabes? Me he dado cuenta de que es una responsabilidad muy grande pensarlo todo por mí misma, pensar qué quiero hacer, a dónde quiero ir, pensar con quién quiero estar, con quién no, qué me gusta, qué no, saber por qué... Eso antes no lo hacía, cuando curraba. Ahí me conformaba con saber que no estaba haciendo lo que me hacía feliz, y me sentía bien sabiendo que sabía que no estaba haciendo lo que quería. Con eso me sentía yo lista, una lista amargada. Pero ahora, que hemos pasado a la acción, se siente la soledad, una muy rara, la de ser responsable de todo lo que hago, antes le echaba la culpa al curro, a la rutina, a todo... Ahora no puedo hacer eso, ya no.

- Déjate de chorradas. Tú sigue así, joder. A mi hijo le gusta la montaña, es lo que más le gusta, pero se la deja para los fines de semana, cuando su mujer tiene ganas. Vive en la ciudad. Han tenido un hijo. Joder, el puto patrón. Yo le digo a mi marido que nos vayamos a Marruecos y vivamos como reyes, vendemos la casa, probamos, otra cultura, ya tenemos la vida resuelta, cambiamos de aires. Me llama loca. Todo el mundo tiene miedo de probar, de cambiar, de sentir.

- Eres la hostia, la hostia, joder. ¿Usas internet tú?

- Qué va, no, pero quiero aprender.

- Aprende, aprende, que podrás ver muchos lugares, aunque sea desde tu silla. Y comprarte vuelos baratos para ver a tu hijo, porque venir en tren es un coñazo y es más caro... No sabes qué alegría me da encontrarme con gente como tú.

Y  le apunta varias direcciones en un papel. Una para ir a Nápoles, le interesa Pompeya. Pregunta  cómo son los mayas, cuál es el sitio que más le ha gustado... es como una niña que quiere saber. La más joven se siente mal porque  no debería decirle a una mujer como ella cuál es el sitio más bonito, tendría que ser al revés. La mujer mayor, dice sin apenas rigor que la mitad de la población toma ansiolíticos y antidepresivos, que eso no existe en los países subdesarrollados, "así que fíjate, el desarrollo". "De aquí a unos años, esta sociedad será enfermiza, y este puto mundo, un lugar de mierda"