Síndrome de Antón; o "No hay más ciego que el que no quiere ver"

sábado, 12 de abril de 2008

Saludando empiezo el post, que parece que es lo que procede tras un tiempo de ausencia.

Mucho tiempo sin escribir, ya, ya lo sé. Más concretamente, sin publicar aquí. Pero, bueno, mis queridos cuatro felinos que, de vez en cuando encontrais tiempo para dejaros caer por aquí…sé de vuestra supervivencia sin la lectura de mis “loqueseaesto”. Asique, no me disculparé por el paréntesis, ( no me autoconcedo ninguna importancia en vuestras paseos cibernéticos, tranquilos ).

Al fin y al cabo, aquí estoy de vuelta. He buceado entre mis borradores, y ninguno ha acabado de convencerme. Hasta mandé a la basura alguno de los más prometedores. Demasiado oscurantismo, tautología de la dura. Buf. 

Pero, de pronto; apareció. De entre los abismos de los archivos olvidados, y perfecta para ser pasada por alto. Solo una nota al final de un texto de lo más pedestre. “Síndrome de Antón”, rezaba. A su lado, uno de esos códigos propios, que solo entiende la mano que los plasma; que me instaba a investigar sobre ello. Obedecí, y desentrañé lo que se escondía tras esa sintomatología.

Primera de las santas uves dobles ¿Qué es el síndrome de Antón?. Se me arremolinan las ideas en la frente, así que trataré de no teatralizar, narrándolo como un cuento. ( Tranquilos, felinos: el blog no se ha convertido en una extraña copia barata de un diccionario de neurología). Me pareció interesante. 

En la mayoría de los casos,  suele sufrirlo un hombre que ha pasado el ecuador de su vida, altamente saturado en sus niveles de responsabilidad, mediocridad, grasas y almíbar en sangre. En perpetuo control de su dieta, siempre en busca de saciar sus apetitos voraces de dulces y pastelillos de nata, de tocinillos de cielo y delicatessen varias con cualquier sucedáneo que se le presente. Acostumbrado a conformarse y engañarse con chuches y fruslerías, se atiborra de ellos soñando que son lo que desearía en realidad.

Y un día tanto consumismo le pasa factura, algo falla en su interior: la sangre no circula bien, se le ralentiza el corazón o bombea más lento; como sin fuerzas, apático y sin el empaque necesario para continuar.

Si la bazofia ha sido demasiada para poder tolerarse, es el mismo músculo cardíaco el que dice basta, parándose tras toser un par de veces. Eso de que se rinda ocurre la mayoría de las veces, a la mayoría de personas, a veces sólo como un susto, un aviso; otras, definitivamente.

En algunos casos, de un modo excepcional, algunos seres que se han ido envenenando más lenta y progresivamente, aclimatan su sistema a la ponzoña que se hacen tragar cada jornada. En ese caso, parte de ella puede navegar por su torrente sanguíneo hasta invadirlo, de tal modo que incluso llegue a acomodarse en algún punto próximo a su alma, haciendo que poco a poco se le aletargue, como cuando se te duerme un pie sobre el que te has sentado en el sofá mientras veías el telediario a la hora de la siesta. Sólo que áquella raramente despierta, porque la falta de oxígeno asfixia y acaba con ella.

Al cabo de unos minutos comienzan los cambios que, aunque múltiples, son tan sutiles que pasan desapercibidos durante algún tiempo. Y aquí comienza lo interesante de verdad. 

Las percepciones cambian, se hacen más borrosas; los límites de los objetos, que antes eran nítidos, se diluyen de un modo gradual hasta que parece ser parte de lo mismo lo que antes constituían elementos separados y diferenciados.
Se desorientan, se sienten confusos y perdidos y lo achacan todo a elementos circunstanciales, como el mal tiempo, el estrés o el cansancio acumulado. Se repiten que con una estancia en un spa, en un balneario, casa rural o una sesión de shiatsu se aliviarán. Se proponen mentalmente ir al gimnasio, retomar aquellos paseos matutinos, dormir ocho horas, dejar de competir por ser los primeros en arrancar en los semáforos y hasta sonreír de vez en cuando.

Sin ser conscientes (y es que pierden también esa capacidad para discernir) pronto se han adaptado a caminar entre sombras y luces deslumbrantes de faros antiniebla y farolas amarillentas de residencial periférico. Aprenden a fingir, a actuar "como si...": como si viesen, como si aún recordasen lo que esperaban de la vida cuando tenían catorce, quince o veinte años. Como si fuesen felices y no sintiesen un peso muerto en su lado izquierdo, como si aún pudiesen sumar y pensar de un modo lógico, como si todavía recordasen lo que era imaginar y soñar con los ojos abiertos; como si no les fuese imposible sentirse completamente despiertos y mirar el mundo de frente, sin visillos pseudooníricos que maticen la realidad angulosa y dura de las cosas.

Se afanan en tejer alucinaciones, acumular historias y fábulas, construídas para tapar las lagunas que se crean en su discurrir espacio temporal; para negarse y olvidar que algo terrible les ocurre, que no están ciegos sus ojos, que no están muertos sus brazos o piernas, que lo realmente dañado es un rincón occipital de su mente, un trozo importante de su alma.


Y no, no es un síndrome neurológico tan atípico, es en exceso habitual…No hay más ciego que el que no quiere ver. Al refranero a veces lo respaldan referencias al margen de los sucesos vecinales. O quizás la psicología popular tiene cimientos más sólidos de lo que creemos. 

Para el que guste, aquí dejo referencias neurológicas serias sobre el síndrome de Anton, o la llamada ceguera cortical; cuando tus ojos ven, pero tú estás ciego...



Y como despedida, retomo uno de mis objetivos de la inaguración del blog, de colgar vídeos y que tenía pendiente. Curiosidades que tienen los youtubes, oiga usté. 




Besitos a todos, y gracias por dedicar un rato a mis circunloquios virtuales, taan soporíferos.  ( espero que no albergarais expectativas de brillantez en la actualización, porque ando falta de prozac para decepciones )