Holanda, Bruselas, Haarlem...El viaje

viernes, 9 de mayo de 2008

Son las 8:00. Abro los ojos, y sí, mierda, esta sensación tan asquerosamente familiar: me he dormido. En unas pocas horas me subo a un avión y antes tengo por delante toda una misión para valientes: empaquetar las pertenencias para 4 días. Y, dicho sea de paso, mis necesidades para 4 días distan mucho de comprarse con las que necesita cualquier persona que entre en los parámetros de la normalidad. 

Empaqueto mi mundo en la maleta azul y parto a buscar a mi compañero de viaje. Tiene los ojos, la boca y hasta las cejas, con una pátina de sueño. Pero es esa clase de sueño, que casi no importa. Ambos estamos embriagados por esa emoción tan peculiar, la sensación de irse de viaje, que tiene un sabor muy definido, como el poso del café o el primer pitillo. Y anula todo lo demás.

 Ya en el aeropuerto, los trámites clásicos. Después de que ryanair me robase 600 preciosos euros ( que aún tienen en su poder ) con el pago del billete, me deleito observando el lugar cochambroso y destartalado dónde les han colocado el Stand en la T1. Que se jodan, por chorizos. Me tomo como una pequeña venganza, que a la rubia que está tras el stand se le olvide cobrarnos los treinta y pico euros por maleta facturada. Que se jodan de nuevo.

Después tocan las acciones que ya se han convertido en clásicos de todos nuestros viaje, aeropuerto mediante, el preludio antes del vuelo: comprar el periódico, el cartón de tabaco, localizar la pecera de fumadores, y comernos el “bocata de viajes”, que ya casi cuenta con entidad propia.  (léase: tortilla con tomate natural).  

Sin más complicaciones, conseguimos todas ellas. Un comentario a parte merecen una panda de treintañeros con los que compartimos humos en la pecera, ese tipo de gente interesada en hacernos partícipes de todas sus desventuras elevando unos mil decibelios el tono de voz. La que parece la líder del curioso grupo, despierta con su “peculiar” risa el Jack el destripador que todos llevamos dentro. Si hubiera tenido a mano cualquier elemento punzante, le habría extirpado sus cuerdas vocales sin ningún rastro de remordimiento.

 Gracias, de nuevo, a las técnicas “low cost” de este siglo, los asientos no están asignados; lo que se traduce en una auténtica guerra. Unas 150 personas luchamos por encontrar asientos juntos, y un hueco donde dejar las maletas. Y en esta guerra, como en todas, TODO vale. Empujones, saltos imposibles y maniobras rastreras. Ahora es cuando entiendo que en el control nos desprovean a todos de cuchillos, catanas, y botes de dentífrico.

Resultado final: conseguimos dos asientos juntos en el principio del avión, pero las maletas están a kilómetros de distancia; temo el momento del desembarque. El grupo de treintañeros vociferantes comparte fila con nosotros; y yo pienso que hay otras 146 personas en el avión que aún no han “disfrutado” de sus lindezas: ¿ Por qué a nosotros? ¿ Por qué justo aquí?. Después de escucharles perlas tan grandiosas como “ ¿ Qué se habla en Holanda?” “ Pues..Flamingo!!! ¡oLé! “, consideramos que es el momento de una siesta, el mejor lugar para huír.

 

Ya en Eindhoven, y con la maleta en nuestro poder ( la cual aparece en una cinta distinta a la de nuestro vuelo); buscamos el autobús que nos lleve a la estación Central. Con el dinero en mano, trato de entenderme con el autobusero en mi absurdo inglés, y se niega a aceptar mis euros con gesto extrañado. “It´s free today”; ah, vale, entonces todo aclarado. Sucesivamente, los españolitos que van subiendo al autobús mantienen el mismo diálogo, con idéntico resultado: “Pues de puta madre”.

La estación de trenes está bastante bien organizada; con una salvedad: las máquinas expendedoras de tickets no aceptan billetes, ni tarjetas. ¿ Quién en su sano juicio llevaría 40 euros en monedas?. A cambio, para la gente que opta por no romper el cerdito antes de salir de viaje, colocan un mostrador con una simpática holandesa que acepta el dinero en todas sus manifestaciones.

En el tren hacia Den Haag (La Haya), compartimos asiento con un entrañable matrimonio autóctono, rubios y blanquitos todos ellos. Me los imagino en su pequeña casita holandesa tomando el Té con pastas, cultivando tulipanes. No paran de sonreírnos en todo el trayecto, y nos regalan indicaciones de la estación en la que debemos apearnos, con otro montón de frases que no comprendo pero a las que contesto con la mejor de mis sonrisas y un movimiento automático de asentimiento con la cabeza.

En Den Haag Central, nos espera Marc, el amigo de Ángel, junto a al “coso azul” [sic]. Es una de esas personas que transmiten un instantáneo buen rollo nada más conocerles, y decido que me cae bien desde el primer momento. Aunque, traiga noticias no demasiado halagüeñas: no podemos quedarnos en su casa, están pintando y reformando; y hasta la noche del sábado no podremos pernoctar allí. Pero la noche del sábado tenemos que estar en otro país, no adelantemos acontecimientos.

 Aún así, se porta de lujo con nosotros, y nos ha buscado un hostal que “no sabe si nos gustará”. Se llama “StayOkey”; y todas mis dudas se esfuman al verlo. Una pasada de sitio; del que, encima Marc solo nos deja pagar la mitad.  La habitación, igual de increíble. Marc nos señala con círculos en un mapa todo lo que tenemos que ver de La Haya, incluida un “agua linda” que estoy deseando contemplar. Son las 7 de la tarde, él ya llega tarde a la cena, cosas del horario europeo; pero aún asi nos acompaña un trecho de la ruta turísitica. Vemos la ópera, la Nieuwe Kerk o Iglesia Nueva, y el Ayuntamiento; un edificio imponente, e inmensamente blanco. Marc nos cuenta que es obra de un arquitecto de Miami, que decidió diseñarlo para el clima del Caribe, obviando su real ubicación. El resultado es que, en un país en el que llueve 1 de cada 3 días, el blanco impoluto es más bien grisáceo. Gracias a las luces del arquitecto, cada semana el edificio tiene que ser limpiado en su totalidad, con el gasto consecuente. Una cagada, vamos.


 Quedamos para después de cenar, “cuando el sol se haya ido a dormir”; y continuamos la ruta solos; saltando de círculo en círculo de nuestro mapa. La Haya es una ciudad encantadora, con cierta magia, con callejuelas preciosas y un centenar de pequeñas galerías de arte y fotografía. Después del paseo, nos dirigimos al Creamers, el coffe donde Ángel pasó alguna tarde hace 4 años. 

Allí, me siento como una niña tonta. Miro asombrada el lugar donde venden mil tipos distintos de hachís y marihuana; la pulcritud del sitio y la naturalidad de los compradores. Hacemos lo propio, y nos sentamos en una mesa con nuestros generosos gramos, en bolsitas de plástico. Cuando llevamos un rato allí, ya bajo los efectos del cigarro de la risa; un tío con un archivador se sienta en nuestra mesa. Ojiplátcos, le observamos esperando que intente vendernos algo enseñándonos fotos del archivador. Pero no. Solo nos pregunta si hablamos inglés, y comienza su tarea de hacerse un porro ( al estilo holandés ) y leer, sin volver a dirigirnos la palabra. Totalmente extrañada, consigo leer alguna hoja del archivador y veo que pone “Creamers”. Ángel y yo debatimos si se trata de una especie de camarero hipiee, y de lo paradójico de la situación. El tío, simplemente, está compartiendo mesa con nosotros, a pesar de tener amigos en otra mesa, con los que habla a distancia de tanto en tanto. Como agradecimiento, nos trae las dos siguientes cervezas. No quiero ni imaginarme la implantación de estas costumbres de “mesas abiertas” en España; no somos lo suficientemente europeos aún.

Tontorrones, y con la risa fácil instalada,  salimos de allí, dispuestos a cenar. La única alternativa barata parece un Mc Donalds, así que nos olvidamos de nuestros prejuicios antiglobalizadores, y de la conservación de nuestra salud arterial, y allí nos dirigimos. Tengo que señalar, que, aunque rece el mismo letrero que en España, la hamburguesería también cuenta con peculiaridades propias. Yo, que ya albergaba mis evidentes dudas de que lo que allí servían fuese “food”; por lo menos aseguraba que si era cierto que era “fast”. Pero en Holanda, ni lo uno, ni lo otro. Con el tiempo que se tomaron en atendernos y servirnos; ya podían haber cocinado algo un poquito más elaborado. Después de degustar tamañas exquisiteces, volvemos al Hostal, helados de frío. Allí nos esperan Marc y su mujer Sogol, su hermano Eric con Laura, su novia. Para mi sorpresa, Eric y Laura me recuerdan de su viaje a España, cosa reseñable, ya que yo siempre tiendo a pensar que la gente no me reconocerá de una vez para otra. Yeah.

 Nos llevan a un “brown coffe”; que después de la mofa, Marc nos explica que se trata de sitios netamente holandeses. El sitio me gusta, un lugar de luz tenue, con muchos tipos de cerveza y bastante tranquilo. En la mesa circular en la que nos acomodamos, es de lo más políglota. Se entrecruzan frases en Holandés, español e inglés. Ah! Y gruñidos de los españolitos cuando su ridículo inglés no les vale. Marc hace las veces de camarero, y cuándo me pregunta que cómo me gusta la cerveza, le contesto que “fuerte”. Veo destellar en sus ojos un brillo de picardía por mi respuesta, mientras musita un “fuerte, eh??” que me hace temer lo peor. Efectivamente, regresa con una cerveza que podría tumbar hasta al irlandés más aguerrido. Lo resuelvo bebiendo a sorbos cortitos mientras farfullo y me arrepiento de lo oportuno de mi respuesta. Mientras tanto, Laura, que es enfermera en el ejército, tumba a Ángel con un pulso de lo más disputado; mientras los demás nos volvemos auténticos hooligans, jaleando como locos. No obstante, hay revancha, y Ángel sale victorioso en el segundo asalto. Compruebo en mis carnes que esa holandesa de tez clara y sonrisa angelical, es la rencarnación de Hulk en versión rubia. En tres segundos ya estoy lloriqueando, mientras sujeto mi brazo compungida por la derrota.

La velada acaba a la una, obligados por el toque de queda de nuestro Hostal. Día 1 completado, y con fantásticos resultados.

 

Amanecemos temprano, decididos a aprovechar nuestro día en Ámsterdam. Antes, arrasamos en el buffet del desayuno, demostrando al resto del comedor ( asiáticos en un 95%) que aunque no llevamos peineta ni bailamos sevillanas, somos muy españoles. Nos llenamos el bolso de comida para el resto del viaje, y no dejamos de levantarnos a por más pan, más fiambre, más de todo. El resto de mesas nos miran asustados, temiendo que en algún momento decidamos, insaciables, coger también la comida de sus platos. ( No, no lo hacemos).

 Nos envalentonamos, y creemos recordar como llegar a pata a la estación de Den Haag Central. Perdernos, no es ninguna sorpresa, pero sí las zonas por las que pasamos, imposibles de describir. Incluso un amable tendero, nos explica la historia de una garza que fotografiamos: acude allí cada mañana para comerse los restos de pescado del tenderete. Qué maja.

Por fin “aparece” la estación, y nos cogemos un tren a Ámsterdam. Una vez alli, como no recordamos como se dice “consigna” en inglés, seguimos los oportunos cartelitos de una maleta, que finalmente nos llevan a buen puerto. En las taquillas, tardamos un rato en comprender el mecanismo, que no detallaré, tranquilidad.

Libres ya de bultos, nos calzamos la cara de turistas, y empezamos a preguntar a todo transeúnte dónde se pueden alquilar bicis en la estación, porque mi guía asegura esa posibilidad. Llegamos al fin a Mac Bike, donde tras los trámites, nos explican ( en inglés) el mecanismo del candado antirrobo de las bicis. Angel y yo nos miramos, con cara de “espero que te hayas enterado tú, porque lo que es yo…”. El dependiente bromea con mi estatura, y finalmente me asigna una bici de reducido tamaño. Gracias majete.

Haciendo eses, y con el plano de Ámsterdam en el portabultos, nos desenvolvemos bicicleteando, más bien mal, entre hordas y hordas de turistas. Esta semana es fiesta en toda Holanda, y se deja notar en unas calles llenas a rebosar, bajo un cálido sol de Mayo. En el camino de la avenida Damrak, se me antoja una foto con dos “muertes”, una de blanco y otra de negro. En mi cabeza tengo clarísima la fotografía, yo en medio de las dos, con sus guadañas, y yo dubitativa entre la negra o la blanca. Pero, ellos no lo ven claro. Así que, nada más ponerme a su lado y sin mediar palabra, me colocan en una mano la campanita y en la otra la guadaña, mientras me desabrochan el abrigo ante mi estupor. La muerte negra, pone sus manos sobre mí, fingiendo que me está tocando las tetas, sin llegar a tocarme. Hay que joderse, qué cachondos.


Llegamos a la plaza del Dam, o “la plaza del gran Dam”, como quiera mirarse. Una buena sesión de fotografías, y nos mezclamos entre los turistas y autóctonos que se sientan a los pies del obelisco a disfrutar del tímido sol. Tras el break ,marcamos el itinerario a seguir en la guía, y a las bicis de nuevo. Sobre ellas, somos como patos mareados en mitad de Ámsterdam, definitivamente. Nos pasamos el carril bici por el forro, cruzamos en cuando el semáforo marca rojo para las bicis, nos perdemos el uno del otro al menos mil veces, atropellamos a unos cientos de transeúntes….todo un show. Nos pitan todos los tranvías, coches, motos y nos increpa todo aquél que se cruza en nuestro zigzagueante camino. No conseguimos interiorizar que no somos peatones, el espíritu ciclista aún nos queda lejos.  Como muestra, valga un youtube...




 Tras un rato largo de turismo desenfrenado, llega el momento de comer en España; y como aún andamos con jet lag, tampoco nos adaptamos a los horarios holandeses. La alternativa barata es una especie de kebap, en el que nos pedimos un falaffel, por probar. Craso error, my friend. Las bolitas de “carne” que parecian acompañar a la lechuga, el tomate y la salsa, no son tales. Me ahorro la descripción.


Contiguo al establecimiento de marras, está el Dampkring, célebre coffeshop en el que se rodaron algunas escenas de Ocean´s Eleven. Nos decidimos a entrar, y el sitio es toda una curiosidad, muy cool. En lugar de cuadros, tienen una pantalla de plasma, donde proyectan una y otra vez un documental sobre el rodaje de la peli allí. 

Nos sentamos junto a la ventana, en plan “escaparate”; y a los pocos segundos, en la calle se arremolina un grupo nutrido de turistas que escuchan como su guía les cuenta las bondades del coffe y del dichoso rodaje. Nos sentimos con animalitos en el zoo, observados y fotografiados. Esta escena, se repite cada 3 minutos, con sucesivos grupos de turistas. Ángel intenta calmar mi intranquiliad, y me dice “tranquila, en realidad no nos ven. El cristal es opaco por fuera, tú les ves a ellos, pero ellos a ti no”. No me quedo convencida con la explicación, y decido comprobarlo por mi misma. Saludo efusiva agitando la mano y con cara de esquizoide al primero que pasa por la calle detrás del cristal; y el tío me devuelve el saludo con cara de “¿qué pelotas te pasa? ¿nos conocemos?”. Vale, sí que nos ven.

 Cansados de tanta expectación y protagonismo, nos acabamos el porro y el café y seguimos turisteando plano y bici en mano. Ámsterdam, es, simplemente preciosa. De canal en canal, y bastante desorientados conseguimos llegar al mercado de las Flores, plagado de exquisitos e indescriptibles olores. Nos hacemos con unos bulbos para plantar tulipanes negros; y nos topamos con una tienda de lo más insólito y terrorífico. El comercio en si, está dedicado por completo a la Navidad, horror de los horrores. En su fachada, tienen colgado un cartel engalanado con muérdago y lazos rojos que alerta “It´s only 238 days till Christmas”. (Solo quedan 238 días para Navidad ). Qué yuyu joder, encima la tienda está hasta los topes de lunáticos de los sprays de nieve y los papanoeles.

 Nos refugiamos en “The Magic Mushroom Gallery” dedicada a la venta de todas las drogas y setas legales, en Holanda, claro. Tras toquetearlo y curiosearlo todo, optamos por unas setas suavecitas, Mexicanas, y el dependiente nos da la consecuente charlita ( muy Light ) sobre el consumo. De la charla, yo traduzco que para dos personas esa cantidad es muy suave, y Ángel que muy fuerte. Bueno, pues ya se resolverá el enigma.

 Más bici, más turisteo, y más encandilados cada vez con Ámsterdam. Llegamos al Rijksmuseum, una pinacoteca gigante, donde por desgracia y debido al escaso tiempo, no podemos entrar. Cerca, está el museo Van Gogh, e idem de idem. A cambio, nos tiramos a descansar con un par de cervezas en el Vondelpark, un parque inmenso para respirar tranquilidad y amodorramiento.

 Se nos escapa el tiempo, y a las 18:45 tenemos que devolver las bicis en la Estación Central. Como es de esperar, ya vamos tarde. Emprendemos el regreso a pedaleadas frenéticas, y sólo llegamos 5 minutos tarde. El tío de Mac Bike, me dice que “casi” a tiempo, y yo, muy chula, le contesto que en España llegar 5 minutos tarde es llegar puntual. Ale.

Reconvertidos en peatones de nuevo, volvemos a la plaza del “Gran Dam”, en un coffe de allí cercano hemos quedado con Mawi, quien ha accedido a acogernos en su residencia esa noche. Nuestra salvadora, vamos. Tomamos otro café con ella y Gonzalo, su chico (¿), en el Paradise, un coffeshop con motivos de Bob Marley por todas partes.

Después de ponernos al día, volvemos a la Estación central para coger las maletas y dirigirnos a Haarlem, donde viven, a escasos 20 minutos de Ámsterdam.

El “pueblo” en cuestión, tiene 100.000 habitantes, y es todo un sueño. Una sucesión de arboledas y casitas, de las que parece que en cualquier momento saldrá una abuelita con delantal a ofrecernos bollitos recién hechos. La residencia en la que viven, otro sueño. La habitación de Mawi podría tildarse de “casa”, sin exagerar ni un ápice. Nuestra salvadora se porta como la mejor anfitriona, y se marca una cena que, después del odioso falaffel es todo un alivio. Deliciosa: filetes de lomo con patatas, ensalada de pasta, pimientos fritos y vino chileno. Y encima se preocupa por si nos gusta: ¡ Pero Mawi! ¡ Que nuestra cena iba a ser el pam bimbo con philadelphia que llevamos en la maleta hecho un gurruño!. A Gonzalo no le sorprende, califica a Mawi como “la erasmus que mejor come en toda la residencia”. No tengo la más mínima duda.

Tras la cena, vienen sus compañeros de erasmus: Simón, un francés de Normandía, y Laura; francesa también, de cerca de París. Tomamos unas copas con ellos y jugamos al quinito, al que sospechosamente nos panean sin titubear. Si Mawi no echase tanto de menos las lentejas, su vida en Holanda me daría mucho más envidia aún.


Ellos se animan a irse de fiesta, pero nosotros estamos acabadísimos, y optamos por caer muertos en la confortable cama de matrimonio que la excelente anfitriona nos monta en un periquete.

Por la mañana me despierto, mientras los 3 restantes aún duermen. Me ducho y engalano tratando de no despertar a nadie sin éxito, salvo a Ángel que sigue en su dulce vigilia. Recogemos y nos vamos muyyyyy agradecidos por la hospitalidad.

Queremos pasar la mañana en Ámsterdam, y a la estación de Haarlem, donde los trenes pasan cada media hora. De nuevo vuelve el delirio de las máquinas expendedoras, y con el tren a punto de partir, nos faltan 10 céntimos sueltos para comprar los tickets. Se nos va el tren en nuestras mismísimas narices. Decidimos alegrar la espera hasta el siguiente, con un desayuno en la cafetería de la estación, que es igual de encantadora que el resto de la ciudad. Lo delicioso del desayuno, nos hace observar atónitos como se nos vuelve a escapar el tren. Bueno, el “pani italiani” estaba riquísimo.

 De nuevo en Ámsterdam, completamos las cosas que nos quedaban por ver, y comemos en una terracita muy auténtica junto a un canal precioso. Encontramos unas callejuelas repletas de coffes, y elegimos el que será mejor para despedirnos de la ciudad, y acertamos. Cumplimos el objetivo de comernos un brownie de hachís, a 4 excesivos euros, que lleva nada menos que medio gramo de hachís. Los de la mesa contigua se ponen verdes de envidia, y nos imitan comprándose otros 14 brownies. Los observo con recelo y nos asombramos de que más allá de Julián Romea también existan pijos, los pijos europeos. Dada nuestra restringida economía, no nos hemos comprado ningún souvenir de recuerdo. Los ceniceros del coffe a mí me parecen adecuados para el expolio, son la mar de chulos, y pone Ámsterdam. Lucho contra los remordimientos de Ángel, porque la camarera le había caído bien, y nos llevamos dos. Después, descubrimos que en el dorso, por la parte de debajo de los ceniceros está impreso: “Stolen from Ámsterdam” (Robado de Amstedam). ¡ Por tutatis! ¡ Qué previsores estos holandeses!.

 Nos despedimos a medias de la ciudad, porque contemplamos volver.

Ahora nos espera todo un maratón: tren hacia Bruselas Midi, autobús hasta el aeropuerto de Charleroi (léase Charleruá, para no parecer un paleto), pasar allí la noche, y por la mañana coger un avión a Madrid. Ante tanta complicación, hasta el vaticinio más optimista parecía presagiar algún fallo; y, evidentemente, lo hubo.

El tren, sin problemas; pero llegamos más tarde lo previsto a Bruselas y perdemos el último autobús al aeropuerto, a las 20:30. Preguntamos a un taxista con maneras y cara de mafioso, cuánto sería el taxi hasta allí. “ Alrededor de 30 euros”. Bueno, qué se le va a hacer, nos lo ahorramos en la maleta. Así que, nos montamos en el taxi, y cuando hemos recorrido apenas 50 metros, nos damos cuenta que ninguno de los dos tenemos la bolsa de plástico dónde llevábamos la cámara de vídeo, los ceniceros y el periódico. Nos la hemos dejado en el tren.

Se lo explicamos al taxista, que da la vuelta y vuelve a la estación, totalmente enfurecido, gritando dios sabe qué. El tipo acojona bastante, y se lo cuenta a las hordas de taxistas presentes, que nos miran igualmente enfurecidos. Nos acaba robando 15 euros por los 50 metros de recorrido,  que le pagamos a cambio de que no nos meta una somanta de leches que parece bastante probable. Le maldecimos en arameo, mientras nos batimos en retirada.

Cabreados, estamos dispuestos a encontrar la bolsa. Es una empresa, cuánto menos difícil, pues puede que el tren ya no esté, que se hayan llevado la bolsa….Pero no nos desalentamos. Con los bultos a cuestas, corremos por todos y cada uno de los andenes, buscando frenéticos el vagón. Lo encontramos en una vía lejana, y le gritamos a un tío de la estación que pasaba por allí que nos hemos dejado una bolsa en ese tren. El acceso para subir a esa vía esta cerrado, pero encontramos un subterfugio, y Ángel consigue llegar a un tren. Una vez dentro, se da cuenta de que no es nuestro tren, y se escucha el pitido de salida. Sacando sus dotes de superhéroe de Marvel, consigue salir a tiempo, y se da de bruces con el tío al que le hemos contado la película de la bolsa. Éste le pregunta qué era lo que llevaba en ella, y cuándo Ángel contesta acertadamente, se la devuelve. Y parecía imposible.

 Tenemos la bolsa, bien. Pero tenemos que llegar al aeropuerto. Vamos por otra salida para no encontrarnos al capo taxista, y inquirimos a otros taxistas por cuánto nos llevarian, a nosotros, tiernos turistas. La respuesta nos deja en el sitio: “aproximadamente 100 euros”. ¿ Pero de qué cojones van estos taxistas belgas? Media vuelta y a la estación, a pensar qué hacer.

El siguiente autobús a Charleroi, sale a las 4:30 de la madrugada, así que nos decidimos a hacer noche allí hasta que llegue la hora.

A medida que pasan las horas, la estación se va vaciando de gente, y con ella se acrecenta nuestra paranoia. En los paneles informativos leemos que, el último tren que sale de allí es a las 2 menos veinte. Y luego qué: ¿cierran?. Acojonaditos perdidos, nos dirigimos a un tío de la estación que nos corrobora que a las 2 cierra la estación, y echan a todo el que no tenga billete.

Maldecimos nuestra suerte, y nos quedamos esperando el momento fatídico. A nuestro alrededor, apenas un par de vagabundos y de moritos sospechosos. Bueno, quizás no eran tan sospechosos, pero en ese estado catatónico todo era carne de sospecha. Incluso una madre con bebé en los brazos, habría sido materia de nuestro desvarío, y habríamos especulado sobre la Kalasnikof que llevaba envuelta en mantas simulando un bebé. Es más, yo anoto la observación gloriosa de “Si nos observo desde fuera, yo me robaría”. Nos metemos los dnis en las zapatillas, y el escaso dinero que nos queda en mi sujetador; y que sea lo que Lenin quiera.

Finalmente, vemos pasar a otros responsables de la estación, cuando están muy cerca las 2 de la mañana. Quemo el último cartucho, y me acerco a explicarle toda nuestra vida: hemos perdido el autobús, tenemos miedo de que nos echéis a las 2, en la calle llueve y hace frío, y pongo muchos morritos. El hombre se apiada de mí, y me indica cómo llegar a una “waiting area” que es exclusiva para pasajeros del tren, pero que hará la vista gorda.

Casi le beso los pies de agradecimiento, pero me contengo, y vamos hacia nuestra salvación. Cuando llegamos allí nos transformamos en dos personas totalmente diferentes: caras terriblemente sonrientes y al borde de un colapso orgásmico de felicidad. Una sala con sillas, y gente con una pinta excelente.

Consumimos el tiempo que quedaba hasta la salida del autobús allí, felices y contentos.

Localizamos el autobús y la inmensa cola que lo circunda. Finalmente fletan otro bus más, y subimos. Llegado el momento de pagar el conductor me dice “26 euros”, y veo como la desdicha se cierne sobre nosotros de nuevo. En Internet ponía 11 euros por persona, y nosotros solo tenemos 23. Me converti en glándula sudorípara toda yo, y mis piernas esencia de temblor, con el corazón en la boca. Rebuscamos temblorosos, y conseguimos juntar los 26 euros con monedillas de 5 y 10 céntimos, y ya estamos salvados por tercera o cuarta vez en el día. Ya me veía llorando al conductor y mendigando euros a diestro y siniestro a cualquier desconocido.

 “llegamos al aeropuerto” parece una frase sin más, pero, como es obvio, para nosotros, constituyó toda una victoria. Y es que, no hay viaje sin alguna pequeña o gran catástrofe, desdicha o contratiempo. Viajar es, al menos para nosotros, acabar luchando en algún momento contra el cabrón del azar.

 Cogimos el vuelo, en ese odioso aeropuerto de Charleroi, a 70 kilómetros de Bruselas; que, reflexión menor: manda cojones llamarlo Bruselas también, es como si yo pongo un aeropuerto en Guadarrama y lo llamo “Madrid Norte”.

Como decía, cogimos el vuelo, y comiendo sandwich de Philadelphia, llegamos a Madrid.

 

Al fin y al cabo, este viaje empezó y acabó, en el mismo lugar que todos: en casa, y con la maleta llena de ropa sucia.

 

Pero, fue inolvidable. Junto a tí. 

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Cada vez os lo pasais mejor en los viajes. Aunque asñi los recordareis con más cariño. Tu vida es un auténtica aventura, disfrutala.

Anónimo dijo...

Disfruto leyendo esto casi como si hubiera estado allí contigo.me gusta cuando narras viajes, pero le andan muy cerca esos escritos tristes tan conmovedores.

besos.

Anónimo dijo...

joder leyéndolo es como si hubiese vuelto a estar por debajo del nivel del mar, entre tulipanes y bicicletas, entre la realidad y lo "no,no...no es real".me gusta el video en el que fingo no saber llevar la bicicleta y en una magistral muestra teatral parece que me caigo, me kedo mu bien!!(no se lo va a kreer nadie, verdad??).bueno, me despido felicitándote por volver a fotografiar los hechos con palabras.chapeù!!!!

Anónimo dijo...

Aquí mawi al habla!! SABÍA que ibas a relatar el viaje y SABÍA que por algún lado iba a aparecer...y me siento halagada de formar parte de esas aventuras que con sabias palabras relatas!
Sé que te debo una contestación al email... pero he tenido problemas técnicos de conexión.. asi que lo que te tengo que decir, te lo diré por aquí. Intentaré no pronunciar ese "de nada" que me has prohibido... sólo decirte que me alegro haber formado parte de tu mini_aventura por estas tierras en las que ahora habito y que me alegré mucho, muchísimo de verte! (Por cierto, vaya odiesa vuestra llegada a 'Charleruáaa'!!, me gusta como escribes...)
Espero esa visita en verano pero solo para salir de fiesta y perfeccionar vuestra técnica en el quinito! jiji!
El jueves llego a Madrid, nos tomaremos un café por supuesto!

Muchisimos besos desde Holanda!!